Caminando En Las Nubes. Capitulo XVI. El Diario de Soledad




Octavio estaba muy aburrido, miró el libro que recién terminó, tenía ganas de caminar, de correr, de hacer tantas cosas.  Pero aún le quedaba ese día de “encierro en el hospital”. Julieta no estaba en ese momento con él, visitaba de nuevo a Frida Kahlo.

Admiraba su valor: aguantaba las críticas y cuchicheos de la sociedad, por atreverse a vivir sola, y peor aún, que él fuera a visitarla. Claro, todo eso antes del atentado. Nadie creía que él no la había tocado, que la respetaba. A pesar de las reiteradas veces que le propuso matrimonio, fue rechazado.

Ahora que estaba herido, era un tema que temía tratar con ella. ¿Cómo acercarse a ella, cómo?

Se levantó y fue a lavarse la cara en su baño privado. El dolor en su pecho era menor, ya tenía fuerzas para caminar por sí mismo. Se tocó su herida mientras recordaba el momento del atentado. Por unos segundos el enojo se hizo presente, ese suceso cambió todos sus planes. Tenía que dar con el culpable, pero no quería dejarse corroer por el odio o la rabia.  A pesar de estar hospitalizado había hablado con todo posible testigo y nadie vio nada.

Se serenó de nuevo, si dejaba que sus emociones lo dominaran, perdería la batalla.  Suspiro un par de veces, sin prestar atención al dolor que esto le producía. Escuchó abrirse la puerta de su cuarto. La dulce voz de su novia le devolvió la sonrisa.

Salió con toda la velocidad que pudo. El beso entre los dos fue dulce y apasionado.

—Quiero que vivas en mi casa —propuso sin más preámbulos después de diez minutos de platica.
—No puedo, no estamos casados, y tú sabes que yo… —Julieta hizo una mueca de tristeza
—Lo sé, entiendo todo lo que esto conlleva. No te estoy proponiendo nada más. Solo quiero cuidarte. Vive con mi padre y conmigo sin ningún compromiso.
—Él no aceptaría, esto es demasiado libertinaje.
—De hecho, ya lo hizo, ayer lo hablamos.

Por los gestos de Julieta se notaba que estaba muy inquieta, el paciente sabía que tenía que ser muy cuidadoso si no quería perder la batalla:
—Por favor, déjame cuidarte. Iras sin ninguna presión, sin ningún compromiso.
—¡Octavio! —sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Tranquila mi amor. Hay algo en tu interior que te lastima, no te pido que me lo digas. Solo que me dejes cuidarte.

Ella no podía resistirse a su ternura, lo quería mucho, bastara que se lo pidiera de esa manera para convencerla.

Unas horas más tarde, los empleados del abogado recogían las pertenencias de la joven para llevarlos a su mansión. Algunas personas paseaban por ahí y comenzaron a cuchichear. La reputación que otrora vez, la aspirante a pintora tenía tan bien cuidada, estaba por los suelos.

Esa misma noche, Julieta y Octavio, cada uno en su habitación, dormían por primera vez en la casa de Miguel Ángel Rivera.

***—**.**—***

Era hora de pensar en él mismo. Se vistió de manera sencilla y se dirigió a la casa de Soledad. Era hora de estar con ella, de nuevo. Atravesó el pequeño jardín de flores y tocó a la puerta de pino
—Pasa —dijo con su armoniosa voz, sin dejar de tejer.
—Te ves muy hermosa, hagas lo que hagas. —La saludó con un apasionado beso en los labios
Ella no dijo nada, solo se sonrojo, no terminaba de acostumbrarse a su ternura. El gesto continuó intensificándose. La ropa sobraba y el calor aumentaba.

¿Cómo era posible que estuvo tanto tiempo sin él?, pensaba Soledad. Los cuerpos de los amantes se deleitaron uno con el otro. Pronto disfrutaron de las mieles del sexo y del amor juntos.

Un rato después Miguel Ángel dormitaba. Soledad se sentía embargada por una mezcla de emociones. Mucha felicidad y tristeza a la vez. ¿Cómo era posible que pudo estar tanto tiempo sin el amor? Ah sí, la vida de Danael.

Su mirada se perdió en el ayer con Rafael Quintero. Recordar aquel lugar oscuro y los latigazos por negarse a ser tocada. Volvió a sentir la prisión emocional que sufrió cuando tuvo que alejarse de su hijo. a los pocos días se arrepintió, estar alejada de él, era demasiado.

Cuando lo hizo fue demasiado tarde. El orgulloso y regordete magnate, ya tenía a otra sirvienta como su amante. Al verla solo el humillo más, y obligo a alejarse, si quería que Danael siguiera con vida.

—Eres un maldito —murmuró llena de rabia. Mientras contemplaba su cuerpo aun bello, pero maltratado por los castigos de su anterior patrón y verdugo.
—¿Quién es un maldito? —pregunto Miguel Ángel, quien acababa de despertar. —nadie… nadie…
—Es hora de que me digas quien fue. He esperado demasiado tiempo, he sido demasiado paciente. Pero ya no aguanto más.
—No, no quiero causarte problemas. No quiero abrir heridas.
—Me duele que no confíes en mí. Me lástima tu silencio. A veces me siento como un tonto.

Los reclamos del hombre hicieron mella en la mujer. Los dos maduros contemplaban su desnudez ya marchita por los años: Algunas arrugas y piel opaca, pero a los ojos de los dos aun bella.

En ese momento lo que imperaba era la verdad. Soledad estaba bañada en lágrimas, se sentía incapaz de hablar. El médico como toda respuesta comenzó a vestirse.
—Lo mejor es que me vaya
—Volverás al rato, ¿Verdad?
—No… no creo. ¿Para qué, si no confías en mí?
—No es eso. No…

Terminó de arreglarse, abrió la puerta de la habitación
—¡Fue Rafael Quintero!

La mujer estalló en un mar de lágrimas. El plan funciono, fue un acto un poco bajo, pero tenía que hacerlo para conocer la verdad. Sospechaba de él, pero solo necesitaba comprobarlo
—¿Que te hizo? —preguntó mientras la abrazaba.
—Me siento incapaz de expresarme, no es que no quiera, es que no puedo.
—Dilo… tienes que sacar todo lo que te hiere.
—No tengo palabras, no tengo fuerzas —Se levantó, abrió un cofre viejo, pero muy cuidado. Del fondo sacó su diario para entregárselo.
—Toma.

Él la vio sin saber que decir.
—Aquí están escritos mis pensamientos, aquí está plasmada mi vida en ese tiempo tan negro y fúnebre. Aquí está la verdad de muchas cosas que no he podido decirte. Ya me estoy haciendo vieja. Tienes razón. Debes saber la verdad. Solo te pido que cuando lo leas no te dejes dominar por la rabia. —Sus últimas palabras le costó trabajo decirlas.

Miguel, no dijo nada más. Comenzó a leer el cuadernillo con lentitud, aumentando su velocidad a medida que avanzaba con las páginas.  Pasaron las horas y el médico no podía dejar de leerlo. Su mirada desprendía fuego. Soledad lo miraba de vez en vez sin estar segura si hizo lo correcto o no.  

—¿Cómo es posible que guardaras silencio, ante tanta crueldad?
—No podía hacer nada, era la palabra de una pobre sirvienta, contra la de un hombre rico y poderoso.
—Pero si podía yo contra él. ¡Me lo hubieras dicho antes!
—¡Que no entiendes que la vida de mi hijo estaba en peligro!
—Con más razón debiste hacerlo. Te hubiera protegido en mi casa.
—Eloísa aún vivía contigo.
—Pero…
—¡No hables de peros…! La del problema era yo, la que estaba acorralada, la que no sabía que hacer. Tal vez crees que me acobardé, pero yo solo pensé en el bienestar de Danael.

La conversación siguió, en momentos se ponía muy tensa. El medico terminó entendiendo a la mujer que amaba, se serenó y dijo.

—Si tienes razón. Pero no hablemos, del pasado.  Hablemos de nuestro futuro. Quiero casarme contigo, y no quiero un “no” por respuesta. Ya lo hemos aplazado demasiado.
—Sí. —lo abrazó—. Dejemos de lado lo que piensen los demás. Pero no quiero una fiesta, ni muchos invitados.
—Pero sí, que estén nuestros hijos.
—Nuestros hijos. Ojalá que asista mi pequeño.
—Tiene que entender. Y si no quiere, no pospongas nada.
—Te lo prometo. —asintió ella, sin dejar de abrazarlo.

***—**.**—***

Dos hombres ligeramente jóvenes, platicaban en una taberna de mala muerte. Era un lugar donde las bajas pasiones y la violencia gratuita se daban a la orden del día.
—No entiendo cómo fue que fallaste —dijo el que vestía de manera elegante, tratando de disimular su rabia.
—Se movió, justo cuando le iba a disparar, además, yo no tengo experiencia en esas cosas
—Sí, pero de los tres disparos, solo atinaste uno. No creí que fallarías tanto.  
—¿No te das cuenta que estará inactivo mucho tiempo? —respondió cansado de darle vueltas al mismo tema—. Además, eso provocó que Julieta no se vaya. ¿Entiendes que ahora está más vulnerable y puedes acercarte?

Entre resoplidos e impotencia de uno, y la apatía del otro, los dos hombres siguieron hablando.
—Ya te dije que no pude hacer nada más. Sabes que no soy muy experimentado. —dijo el hombre de tez morena y aspecto descuidado. mientras daba una bocanada a su puro—. Si tantas ganas tenías de acabar con la vida del riquillo, debiste hacerlo tú mismo.

El otro caballero se levantó con un bufido, soltó unas monedas de gran valor y salió de la taberna, tomó su elegante abrigo y se alejó con rumbo desconocido.

—Hipócrita — dijo el hombre que aún estaba adentro—. Te haces pasar por un gran caballero, por su amigo, y no piensas en otra cosa más que en su muerte. a veces creo que quien te gusta es su novia. 

***—**.**—***

Danael suspiró, atravesó el pequeño jardín y toco la puerta de aquella casita cómoda pero sencilla. Su madre vivía en las afueras de la ciudad, en eso eran muy semejantes. No querían en exceso los lujos.

Nadie abría la puerta, los nervios se apoderaron de él. No le fue fácil tomar esa decisión, pero si quería enmendar las cosas, tenía que hacerlo mirando a todas partes, y uno de ellos era hablando con su progenitora.

Por fin la puerta se abrió, Soledad lo saludo en medio de una gran sonrisa, y lo abrazó. Comenzaron a hablar de cosas triviales hasta que Danael comenzó a tomar seguridad.

—Creo que tenemos que hablar.
—Sí hijo, de lo que quieras.

En ese momento apareció Miguel Ángel Rivera. El profesor solo de imaginar lo que harían solos. Se asqueó. Quiso despedirse, pero el médico se adelantó:
—No te preocupes, yo soy el que me voy.

¿Qué hacer? Ese hombre siempre lo apoyó sin pedirle nada a cambio. Si realmente quería eliminar los fantasmas del pasado, tal vez era hora de empezar
—No, no es necesario que se vaya —se mordía los labios para seguir hablando—. Usted quiere estar con mi mamá. Ustedes… se aman. Yo no soy nadie para decir que no.
—¿Estás seguro?
—No, no lo estoy, pero es lo correcto, y si no lo enfrento hoy no lo hare nunca.

Soledad lo veía con los ojos llorosos. Miguel Ángel simplemente estaba muy serio. No estaba acostumbrado a ese gesto.

***—**.**—***

Le disparó una, dos, no, fueron tres, pero solo una acertó una. Lo quería muerto, era su enemigo, sin que él lo supiera. Pero falló. Lo único que sabía era que estaba en el hospital, ya recuperándose.


***—**.**—***

Danael dejó el miedo de lado. Ahora tenía que demostrar que podía hacer las cosas por sí mismo. Los hombres valían tanto como las mujeres. Eso lo descubrió en sus últimos días de escuela. Ahora lo único que necesitaba era demostrarlo.

Tomó un papel, y empezó a escribir unas cuantas líneas. La idea de Octavio y suya estaba tomando frutos. Fue a visitarlo un par de veces. Si entre los dos lograban sus planes empezarían con una revolución ideológica. Esto no solo ayudaría a Reyna, sino a la sociedad en general. El profesor sonrió mientras escribía.

***—**.**—***

©Alejandrina Arias (Athenea IntheNight)

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