Caminando En Las Nubes Capitulo XI: Cadenas


Caminando En Las Nubes
Capitulo XI: Cadenas


¿Qué había pasado?

Danael desapareció de pronto, cuando siempre había estado empeñado con casarse con  Reyna. El primero en enterarse fue el doctor Rivera quien lo vio correr del hospital.  Se fue a su casa  y al día siguiente nadie más supo de él.
 
—Esto no puede ser un simple capricho —Meditó Miguel Ángel. No tenía ningún rastro del paradero de su hijo. Lo buscó por la capital y el pueblo “San Benito”, lugar en el que vivió toda su niñez, y no lo encontró. Tampoco se esmeró mucho, el profesor “se suponía” era un adulto y sabía lo que era bueno y malo. Confiaba en que recapacitaría y volvería.
—Algo muy grave pasó —dijo Soledad sin poder ocultar sus lágrimas—, él no es de esa clase de reacciones.

Él medico la tomo de la mano, para que pudiera desahogarse, ella se recargó en su pecho y lloró amargamente.

**.**

—Que inmaduro es tu protegido —dijo Rafael a Miguel Ángel, una tarde que se encontraban  ellos y Constanza platicando sobre el matrimonio de sus hijos. Bueno, a decir verdad, la mujer no opinaba, solo se encargaba de decir “Sí” a todo lo que decía su marido. A eso la había acostumbrado él.

Miraba de vez en cuando a Miguel Ángel, preguntándose cómo era que un hombre tan valioso como él, estaba solo. Pero el medico no se daba cuenta de sus atenciones. Se concentraba preocupado en sus propios asuntos.

***—**.**—***

El día en que se pondría fecha para el compromiso de Julieta y Octavio se acercaba, la muchacha estaba nerviosa y contenta a la vez. Pero esa noche lo que la tenía de buen humor era la reciente visita  a la casa de Frida Kahlo, fue algo informal, solo tomaron el té y comieron unas cuantas galletas, horneadas por la misma pintora.
—Tienes un rostro muy bello —dijo mientras paseaban por el patio lleno de flores—. Tiene que ser inmortalizado en un retrato.
—No —dijo la joven con timidez—, sus obras son muy grandiosas para que me incluya en ellas.
—Nunca limites a un artista. —La reprendió la con ternura la artista, mientras tomaba su mentón.

Las dos continuaron su paseo, hasta el taller personal de Frida. En ese momento Julieta se sentía en el cielo. Admiraron las obras de ella, sus bocetos, y hasta le permitió practicar un poco.
—En verdad, un día tienes que posar para mí.

Julieta se sonrojó, ya no dijo nada.

***—**.**—***

La vida de la hija mayor de Rafael, no podía ser más dichosa, pero, para Reyna las cosas eran todo lo contrario. Cada vez se sumía más en la melancolía, y lo peor, era que nadie parecía darse cuenta, o al menos no lo demostraban.

Trataba de distraerse leyendo, paseando por los jardines, o incluso pintando como su hermana. Actividad que dejó a los pocos días, pues esa actividad no le gustaba en realidad.

Una noche en que creía que su corazón estaba por explotar, tocó al cuarto de su hermana.
—Julieta… —pero ella no contestaba, estaba abstraída en su lectura.
—Julieta… —llamó más fuerte
—Entra —escuchó la voz fastidiada de ella
—¿Puedo hablar contigo? —preguntó una vez que entró. Estaba a punto de llorar, cerró la puerta y se acercó tímidamente a su hermana.
—¿Qué necesitas? —La muchacha dejo de leer, miró a Reyna y se dio cuenta de que estaba de verdad mal, sus ojos llorosos, su cara pálida y asustada la delataron.
—¿Por qué ya casi no me hablas? —miró al suelo, sin atreverse a mirarla a los ojos
—¿Que dices? —se sorprendió—. Claro que hablamos y mucho…
—Ya no, ya no es como antes, donde nos contábamos nuestros secretos y todo lo que nos pasaba. Extraño los momentos que pasábamos juntas, cuando me consolabas en la oscuridad o la tormenta. Pero ya te estas convirtiendo en una adulta y estas alejándote de mí…
—No digas eso —Se enterneció la joven, tomó las manos de la casi adolescente invitándola a sentarse con ella. Las dos estaban con sus camisones para dormir. Reyna calzaba unas pantuflas, y Julieta estaba descalza.

La más chica, vio que aunque su interlocutora tuviera el cabello revuelto, se veía muy hermosa.
“¿Qué pasaría si yo fuera tan bonita como ella?” Se preguntó y comenzó a llorar.
—Reyna, no llores —dijo abrazándola con fuerza—. Últimamente tengo muchas cosas en la cabeza. Mi compromiso con Octavio y las visitas con Frida me tienen ocupada
—¡Frida, Frida! —Manoteó sin poder ocultar sus celos—. Cada vez me siento más sola, abandonada por todos. Todos a los que quiero se van. —dijo sin intentar contener sus lágrimas.
—Reinita, colmate, no importa con quien este o a quien visite, siempre serás mi hermanita, aquella niña a la que protegeré. Mis papás y yo estamos contigo, sabes que siempre te vamos a querer.
—Pero ya no es lo mismo que antes, pronto te casaras con Octavio y te iras lejos.
—Tú te casaras pronto con… —calló al darse cuenta de su error, pero, ya era demasiado tarde, Reyna bajo la mirada y lloró de nuevo. Tenía que platicarle, tenía que decirle todo lo que había pasado. Si no sacaba su dolor, sentía que iba a explotar.

—No, tú yo sabemos que eso no pasara. Él se fue, solo me utilizó, se burló de mí. Nunca lo creí capaz de algo tan bajo.
—Bueno, tal vez mi papá y él hablaron y vuelva pronto. Puede que haya ido a algún viaje y…— Julieta dijo lo primero que se le ocurrió.

No quería lastimarla más. Pero en el fondo sabía, que lo que Danael hizo, estaba muy mal. Ya había hablado con Octavio respecto a eso, y espera encontrar una solución. Pero no ocultaba que estaba desilusionada y molesta con el profesor. Miró a su hermana, no era necesario  pensar mucho para comprender que la tristeza de Reyna era por causa de Danael.

La jovencita habló, temiendo perder con ello la vida.
—No lo justifiques, ya no mientas. Sé que no volverá, solo usó mi cuerpo para su propio placer —dijo sin poder contener su dolor.
—¡¿Cómo dices?!… —Julieta creyó escuchar mal, abrió los ojos lo más que pudo. Volvió a preguntar… ¡No podía ser cierto lo que su hermana dijo!
—Sí, él me hizo suya. La tarde que fui con él en la hacienda. Todo fue tan repentino, tan dulce. Fue sobre mi cama. Te aseguro que no estaba planeado… lo malo fue que… —dejo de hablar. Se tapó la cara con las manos, por la vergüenza.
—lo malo fue ¿Qué? —interrogó Julieta, presa de la desesperación.
—Lo malo fue, que a partir de ese día se portó diferente conmigo. Incluso parecía que me rehuía. Por eso creo que solo me utilizó.

Julieta estaba inmóvil, se sentía incapaz de pronunciar una palabra, de decir algo congruente. No podía creer lo que escuchó de su hermana.

¡Ella!

La que siempre fue tan recatada, tan inocente. Se acostó con un hombre, soltera, y lo peor… No era ni siquiera su novio formal.

Si Danael realmente huyó de ella, lo odiaría, el resto de su vida.

***—**.**—***

Dos semanas atrás:

Era el viernes al mediodía. Danael se sentía muy mal por todo lo que había pasado con Reyna y su suegro, en la hacienda de Miguel Ángel Rivera. Quería arreglar las cosas de alguna manera, él estaba convencido que el rencor no llevaba a ningún lado, todo se arreglaba hablando. Sincero como había sido siempre, estaba convencido que lo mejor era hablar con Rafael.

Fue a su casa y tocó a la puerta, la sirvienta que ya lo conocía lo dejo entrar sin ningún preámbulo. Se internó rumbo al despacho del empresario. No dejaría que los nervios lo dominaran. Escuchó unas voces masculinas. Lo que oyó lo dejó helado:

Rafael hablaba a solas con Andrés Zepeda, un importante empresario textil, que además tenía algunas influencias en la política. No solo hablaban de negocios, también de Reyna.

El profesor prestó atención:
—… lo que me pides no estoy seguro, sea lo más conveniente para mi hijo. Santiago, está por regresar a la capital. Dos años en el extranjero, le han dejado buenas influencias y una considerable suma de capital.
—¡Como dices eso!
—Si no fuera por el estado tan lamentable del pie de tu hija. Aceptaría con gusto. Pero… tú sabes, la gente puede murmurar y eso traerá complicaciones para mi hijo.
—Ella ya camina sin ayuda de nada. Esta normal como…

A Danael le daban nauseas oír como hablaban de Reyna como si fuera mercancía.

—¿Tú crees que eso es suficiente? —Continuó hablando con sorna Andrés—. Nunca caminara como normal, reconócelo ¡Siempre será una coja. Si me la mano de Julieta para mi hijo, aceptaría encantado. Reyna… no es que sea mala, no. Pero… tengo que pensarlo.

Esto hizo a Danael enojar ¿Cómo era posible que Rafael no le hubiera dado un golpe?

No esperó a ver la reacción de Rafael, entró sin anunciarse, ¡cómo era posible que la denigraran de esa manera! Se adentró al lugar, y sin medir sus palabras le dijo la poca clase moral que tenían los dos. No midió ni el tono ni el volumen de su voz. Andrés simulando ser un gran caballero, se alejó indignado.

Rafael miró furioso a su antiguo empleado, dijeron de cosas fuertes, palabras altisonantes. El respeto pasó a segundo término. El empresario Incluso amenazó a Danael con matar a su madre si no se iba de inmediato. Pero el muchacho no se inmutó, sabía que el empresario en el fondo era demasiado cobarde.

Las palabras siguieron. El muchacho ya no estaba temeroso como la otra vez, sacó todo su coraje, le dijo la poca calidad moral que tenía. Hablaron de lo que Reyna necesitaba, de lo que carecía. De pronto Rafael le propuso.
—Te doy medio millón de pesos si te alejas de mi hija.
—…

***—**.**—***

La mañana era muy hermosa, Danael se presentó en la primaria rural, de ese pequeño pueblo casi desconocido para él. Era el primer día de clases, el salón era de madera, el piso de tierra, y los niños que no calzaban sandalias de cuero, estaban descalzos. La mayoría solo tenía para comer frijoles y algunas tortillas.

Recordó la opulencia de La familia Rivera y la familia Quintero, respectivamente. ¡Que injusta era la vida! Unos con tantos bienes materiales, y otros con tan poco.

Definitivamente ese pueblo era muy pobre. Pero el maestro se sentía muy bien en aquel lugar. Impartió sus clases con una tranquilidad sorprendente. Se fue a ese lugar para encontrar paz. Y descubrió que realmente estaba cómodo ahí.

Cuando terminó de dar clases, estaba exhausto. Se fue a su casa, comió un sencillo plato de sopa de verduras. Esa “calidad” de platillo era muy diferente a lo que solía comer en la casa de Miguel Ángel Rivera, pero para él no había nada más delicioso.

Continuamente pensaba en Reyna. Tal vez irse, no era lo mejor que había hecho para muchos. A simple vista era un hombre ruin. Pero estaba convencido que para ella, en el futuro, sería lo mejor… además… la amenaza, el reto, o el desafío ahí estaba. Era hora de saber si él o Rafael tenían razón.

—Se ve que comes algo muy bueno.
El profesor volteó y descubrió a Octavio Rivera mirándolo.
—¿Qué haces aquí?
—Yo me pregunto lo mismo que tú. Esto  es un misterio— Dijo sarcástico su amigo mientras se recargaba en la pequeña cabaña de madera—. Así que aquí vives, es pequeño, pero acogedor. Desde hace varios minutos te he estado mirando y he de decir que te noto tranquilo.

Danael no le dijo nada, simuló seguir comiendo, el abogado sin esperar a ser invitado, se metió a la pequeña casa, se sentó en una silla de madera y le dijo:
—No sabes esconderte, fue muy fácil encontrarte.
—En realidad no me estaba escondido, solo quería estar solo.
—¡Te vienes sin dar explicaciones y dejando a una jovencita con el corazón roto! Te creí más inteligente y maduro.
—¿Qué haces aquí? —preguntó sin saber si debía de enojarse o alegrarse.
—Solo vine a decirte que has hecho muy desdichada a una muchachita, que incluso ha pensado en quitarse la vida.
—¿Cómo supiste eso?
—Reyna le contó a Julieta y ella a mí. Me suplicó que te buscara. ¡Dan! Reyna de verdad está mal anímicamente.
—Es lo mejor para ella créeme
—No, créeme que no.
—¿Cómo me encontraste?
—No había mucho que buscar, el pueblo natal de tu madre,  no es una descabellada opción para alguien que busca lamer sus heridas. Danael, siempre te considere un hombre recto y noble. Pero desde hace un mes no sé qué pensar.
—No es lo que piensas —interrumpió airado—, no soy ni un cobarde, ni un desalmado.
—¿Entonces?

Danael se paró de su asiento y comenzó a platicar lo que sucedió en su última entrevista con Rafael. Octavio fue tensando la cara, a medida que el otro hablaba.
—Si eso es lo cree. —se frotó las manos Octavio, le demostraremos que está muy equivocado.
—No, peleare bajo mis propias armas y mis propios métodos. Ahora las cosas se harán a mi manera. No quiero competir con nadie ni demostrarle nada a nadie. Solo quiero ser yo mismo. Si con eso me basta para tener a Reyna conmigo será sensacional. Si no, cada quien será feliz a su manera.

Octavio lo miró sin saber que decirle, su amigo a veces se comportaba raro. Cada vez su amigo le daba más sorpresas.
—Una buena fecha para tu decisión será la fiesta que organizara Frida Kahlo. Mejor ocasión no creo que haya. —Sonrió, se puso su sombrero y salió:
—Nos vemos pronto. —se despidió el profesor de primaria.
—Así será, si necesitas dinero solo…
—No, no pediré nada ni a ti, ni a nadie.

Octavio subió a su caballo y se alejó. Tal vez no lo quería de hermano de sangre, pero no podía negar que era una buena persona. No podía dejar de pensar en las diferencias entre el nuevo hogar de Danael y su magnífica mansión.
—No está bien, tanta diferencia de clases, no.


***—**.**—***

Constanza De Quintero comenzaba a resignarse a no tener a su lado a Miguel Ángel, estaba muy bien en los brazos de Silvano, tanta pasión y lujuria la hacían una mujer plena.

Se había acostumbrado a hacer de sus pecados, algo divertido. Entendía la magia de estar completamente desnudos. Y sobre todo, comprendía que había lugares más ardientes para culminar la pasión, que los habituales. Por atrás, por ejemplo.

Esa tarde dormía plácidamente en la modesta casa de su amante. Alguien tocó a la puerta, Silvano abrió, quien pudiera ser su enemigo no lo era tanto. Lo dejó entrar.
—Ten estos mil pesos para que me dejes hacer lo que quiera. Es mucho dinero, no puedes rechazarlo
—No claro que no.

El hombre sonrió, tomo el dinero, lo contó sin ocultar su perversa sonrisa. Salió de la casa sin decir nada.

El nuevo visitante se puso una máscara negra, toda su vestimenta era del mismo color, pero en ese momento ya no la necesitó más. Se desnudó lentamente mientras contemplaba a la exuberante mujer, que dormía, ocultando sus pechos en el colchón, plácidamente, ajena a lo que le esperaba.

Acarició con la llena de sus dedos, toda  su espalda hasta llegar a sus nalgas. Se llevó los dedos a sus labios.


La tomó de sus tobillos bruscamente, para girarla sobre sí misma,  sin preocuparse si con ello despertaba a su próxima “victima sexual”. Ella despertó sorprendida y a la vez asustada.  Al verlo, grito el nombre de su amante.

—No está aquí. —dijo el desconocido, la mujer creyó reconocer la voz. Pero el miedo no la dejó identificarlo. Este se acercó a la cama. La mujer intentó correr, pero él la alcanzo y la aventó hacía la misma.
—Sé que te gusta jugar rudo, ahora te complaceré, y tú me complacerás. —dijo el hombre con un dejo de rudeza, que a la mujer encantó

Ella vio el cuerpo regordete. Creyó reconocer alguna marca. Ya no opuso resistencia. Se dejó hacer, mientras el hombre besaba su cuello y pellizcaba sus pezones. Ella solo gimió mientras aflojaba su cuerpo.

El juego era peligroso, pero a los dos encantaba.

***—**.**—***

Soledad Linares en unos días saldría del hospital. No había dejado de hacer planes con Miguel Ángel, pero en el fondo tenía miedo. La pregunta era si sería capaz de llevarlos a cabo.

Estaba sentada y aburrida, su enorme cabellera negra le llegaba hasta la cintura, miraba tristemente la fotografía de Danael. Ya se había cansado de llorar, de sentirse una mala mujer. Alguien tocó a la puerta. Miró asustada, no esperaba visitas, nadie querría verla. Era lo que ella pensaba.

La puerta se abrió, y detrás de ella apareció la figura de una mujer a la que ella quería tanto.
—¡Soledad! Es verdad que estas aquí. Creí que no era prudente venir antes. —Se disculpó.
—¡Julieta, mi niña! Que alegría verte.

La joven de cabellos castaños y piel blanca se acercó  a su madura amiga y la abrazó fuertemente.
—Cuanto tiempo sin verte.
—Me da mucho gusto que estés aquí.
—Y a mí, pequeña. En un año has cambiado mucho.

La plática y los gestos emotivos de amistad no se hicieron esperar. Ellas dos eran un vivo ejemplo de que el dinero no hace los corazones ni las buenas voluntades.
—Mira, aquí esta lo que me diste a guardar. —Sonrío mientras le entregaba un paquete con lo que parecía unas libretas y un diario—. Nadie los ha visto. Los escondí, como tú dijiste

La madura mujer de 43 años sonrió.
—Gracias, sabía que podía confiar en ti. Nunca terminare de agradecerte lo que has hecho por mí y mi hijo.
—No vine antes porque…
—Porque tenías otras cosas que hacer, como preparar tu compromiso con Octavio y ver a Frida Kahlo. Me da mucho gusto que te codees con grandes personalidades.

Julieta sonrió, miró para todos lados de la habitación. Observó un ramo de rosas rojas:
—¿Es verdad que tú y el doctor Miguel tienen una relación?
—Sí —bajó la cabeza apenada.
—No te apenes. Él es un buen hombre y te quiere mucho. Ya mereces una pareja de verdad. De haber sabido que era el doctor Miguel.
—Pero ¿Cómo supiste?
—Octavio me contó algunas cosas, hace varias semanas. De hecho sabe solo las cosas generales, creo yo.  No le importa que su padre tenga una relación contigo. Con lo que él no está muy de acuerdo es con la idea de que Danael sea su medio hermano. Creo que está demasiado acostumbrado a ser hijo único.
—Hermanastro, querrás decir.
—No, medio hermano.
—¿Quién se los dijo? —Se alarmó al ver que la muchacha sabía demasiado.
—Ellos lo dedujeron por unas conversaciones con el doctor Miguel. Para ellos no son más que simples conjeturas. Pero yo sé que lo son de verdad.

Soledad la miraba sin dar crédito a la seguridad con que hablaba.

—discúlpame por lo que hice. —Continuó hablando un poco apenada—.  La última vez que te vi, y me contaste donde estaba escondido tu tesoro. Fui a custodiarlo, vi tu diario,. Intenté contenerme pero lo leí. Sé que no debería de hacerlo, pero necesitaba saberlo, no comprendía tantos misterios, y porque no estabas cerca de tu hijo.

Soledad miró a su salvadora. No le gustaba del todo, la idea de que su amiga conociera sus secretos de esa manera, pero fue un precio que tuvo que pagar por su libertad. Sonrió tolerante:
—Está bien que lo hayas leído, comprenderás porque no estaba cerca de él. Temía por su vida.
—Lo sé, solo tengo unas dudas ¿Quién es ese perverso hombre que te ha hecho tanto daño? Manuel Rivera, murió hace mucho tiempo.
—Lo siento, hay cosas que aún no puedo decirte.

Soledad calló, lo había hecho por muchos años, y lo seguiría haciendo. Estar enterada de ese terrible secreto la sumió a ella en la desesperación y condenó al exilio, obligándola a estar lejos de su único hijo.

Más de una vez pensó en huir con Danael, pero era arriesgarlo demasiado. Por eso… hizo el cruel pacto con Rafael Quintero:

“Ella desaparecería a cambio de que Danael viviera y mejorara su calidad de vida”.

***—**.**—***

©Alejandrina Arias (Athenea IntheNight)

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