Caminando En Las Nubes Capítulo VI: Un Día Muy Especial



Las cartas le devolvieron a Miguel Ángel gran parte de la tranquilidad perdida. Llegó a su hacienda con algunas heridas cicatrizadas, pero con otras abiertas. Los recuerdos del pasado, hicieron que viera su hogar de manera diferente. Dejo de ser ese fantasma de engaños, ahora todo estaba confirmado. Solo le faltaba encontrar a Soledad

¡Como si alguna vez dejo de buscarla!

A través de los años, gastó una suma importante de dinero en investigadores y cualquier persona que pudiera darle aunque sea una pequeña pista. Pero no le sirvió de nada.

Al entrar al primero que vio fue a Danael, le costó trabajo contenerse. Hubiera querido decirle mil cosas, pero no era ni el momento ni la hora adecuada. La pregunta era ¿Llegaría ese momento? En cuanto a Octavio, bastaron un par de comentarios, para saber que su relación seguía tan fuerte como siempre.

Solo necesitó una noche con su día para releer todas esos mensajes de amor, sí, volvió a tener 20 años de nuevo.
—Si regresara al pasado, nunca la hubiera dejado sola.

Pasaron tres días más, hizo Algunas visitas y llamadas misteriosas, a pesar de todo se le veía de mucho mejor humor. Logró convencer a Salvador para que los visitara en la hacienda. Los muchachos lo trataron con cordialidad.
—Has hecho un gran trabajo con estos chicos. —dijo mirando a  Octavio y Danael, el primero, que era más alto y ligeramente más robusto que el otro, sonrió y siguió la plática de manera amena. Le habló de su prometida, quien en ese momento no estaba, con gran orgullo.  El segundo esbozó media sonrisa, no pudo evitar recordar que su madre siempre le recomendó no acercarse a ese capataz. En aquel entonces lo creyó mala persona. ¿Y ahora?

Pero Danael no era de muchas palabras, el tiempo le enseñó a callar, escuchar y solo hablar cuando fuera oportuno. Esa regla, naturalmente no seguía con Reyna.

La plática fue interrumpida por un mensajero que llegó a toda velocidad.
—¡Un telegrama urgente para el doctor Miguel Ángel Rivera!
—Aquí estoy.

El doctor tomó el telegrama y lo leyó, su expresión iba cambiando conforme leía.
—¡Soledad! No puede ser —dobló el telegrama mientras dijo cosas ininteligibles.
—¡Fernando! —Gritó con todas sus fuerzas—. Nos vamos a la ciudad de México de inmediato.
Todos en la sala se sorprendieron.
—¿Nos vamos todos? —preguntó Octavio
—Iré yo solo, es un asunto de vida o muerte.
—¿Soledad? ¿Cuándo usted dijo Soledad, Se refiere a mi madre? —preguntó ansioso Danael.
El doctor lo miró, lo calmó diciendo lo primero que se le ocurrió, sin importarle si sonaba congruente o no. No había nada verdaderamente sensato que decir. Tenía que preservar su secreto. Guardó el mensaje  en el bolsillo del pantalón y se despidió:
—No sé cuándo regrese. Mandare un telegrama en unos días.
—Espera, explícame que pasa —urgió Octavio
El anciano solo miraba la escena.
—No puedo, debo irme de inmediato ¡Entiendan por favor, no puedo hablar!

Volteando hacía todos lados levantó aún más la voz—. Fernando, quiero el carro más rápido preparado en 20 minutos. — Corrió a darse un baño. Exactamente a la hora que ordenó estaba saliendo junto con su chofer.

***—**.**—***

Los jóvenes vieron irse el doctor a toda prisa, ni siquiera hizo una pequeña maleta como otras ocasiones de urgencia
—Algo malo pasa, algo verdaderamente malo pasa— murmuró Octavio.
La cara de su padre evidentemente reflejaba mucha angustia y algo de dolor. No se pondría así por un paciente cualquiera. Recordó la última “platica”  que tuvo con él, hace días.

“¿Qué fue lo que pasó?” Pensó por su parte Danael “¿Se referirá a mi madre?. Tengo un presentimiento extraño”

—Esta triste el doctor —dijo Reyna con su dulce y delicada voz.
—Sí, lo sé —reafirmó Danael. Siempre ha sido un ser bueno pero misterioso. Espero que encuentre eso que está buscando. —Miró al cielo.
—¿Qué será? —volvió a preguntar la curiosa muchacha
—Ojala que nunca lo encuentre —dijo Octavio con la mirada perdida.

Los muchachos intercambiaron miradas, una reflejaba esperanza, otra rencor, ninguno de los dos comentó nada más, pero se sentaron en extremos diferentes del lugar.
—Yo quiero que lo encuentre —volvió a decir la menor de las hijas Quintero, la cual, a veces pecaba de ingenua e inocente. Pero ya nadie le prestaba atención.

Salvador miró la escena muy pensativo.
“Estos dos muchachos se ven como amigos. Miguel tiene que manejar  con inteligencia las cosas. Si la verdad se descubre. Habrá mucho dolor”.

Octavio se consideraba a si mismo objetivo y racional. No creyó todo lo que dijo su papá. Su actitud tan amarga y desesperada en ese viaje, lo alertó. Creyó que era necesario investigar, no por meterse en su vida. Pero las cosas ya no podían quedarse igual.

Invitó a Don Chava a pasear por los sembradíos de la hacienda.  Tenía la certeza que si hablaba con él, encontraría gran parte de sus respuestas.
—Octavio —dijo el capataz a mitad del paseo, en un trecho donde ningún alma  podía molestarlos. ¿En qué te puedo ayudar?  Sé que este paseo no me lo propusiste por placer
—Quisiera que me hablara de mi papá
—¿De qué hijo? Sí tú lo conoces mejor que yo.
—Quisiera que me dijera… Que me contara de su amante y porque nunca quiso a mi mamá.

***—**.**—***

Julieta llego muy emocionada a la hacienda, venia de visitar a la artista que le regaló las pinturas. Era considerada un fenómeno de las artes. Antes había escuchado hablar de ella, pero nunca se creyó con la suerte de conocerla, y mejor aún de recibir consejos de ella.
—Sigue practicando y serás una gran pintora— le dijo la gran artista.


—Octavio, Octavio, tengo que contarte algo —gritaba al que más que como prometido veía como su mejor amigo. Pero él no estaba en la hacienda
—Pasó algo muy raro —dijo Reyna quien salió a su encuentro, aun pálida por la impresión—. El doctor Miguel se fue de la hacienda desesperado. Dijo que había una urgencia médica. Y se fue a la capital. Eso parece que no le sentó bien a Octavio, fue a  buscar a Don Salvador, creo que así se llama el hombre.
—Ha de ser el antiguo capataz de su abuelo —medito la joven aspirante a pintora—. El médico le tenía mucha confianza, yo creo que fue para que le contara algunas cosas.
—Pues yo estoy muy preocupada.
—¡Ay Reyna! Tú eres muy impresionable.
—Tú también te preocuparías, si lo quisieras tanto como yo.
—Yo también lo estimo, pues será mi suegro. Y ha sido siempre muy bueno conmigo. Pero no me ando preocupando por todo. —Pero al recordar que su prometido estaba ausente por esa misma causa. Creyó que lo más conveniente era guardar silencio.
 
***—**.**—***

—No me rechaces —pidió Octavio a Julieta. Recién termino su plática con el anciano y necesitaba desahogarse. Se sentó al lado de su prometida, quien pintaba un lindo paisaje.
—No pienso rechazarte —ella lo miró con cariño—. Lo que necesitas es la compañía de una mano amiga.
—Compañía… amiga… —susurró—Yo esperaba, además , el cariño de una pareja  ¿Se puede?
—…Sí… aquí estoy.
—No te cortes. —suspiró—. Lo que realmente quieres es mi amistad. Si me caso con alguien quiero que sea por amor. No quiero un matrimonio como él de mis padres, donde se odiaban uno al otro, vivían en cuartos separados haciéndose la vida imposible. Yo quiero una mujer que pueda amar y ella amarme. Y eso evidentemente no lo sientes.
—Octavio yo…
—No digas nada.
—Sí, tengo que hacerlo, antes te quería, me agradabas mucho. Pero cuando me hablaste de María me rompiste el corazón. Siento que si estás conmigo es porque ella te rechazo.
—¡No Julieta, estas equivocada! Yo la rechacé porque me di cuenta de que es contigo con quien quiero estar. ¡No te das cuenta que estoy enamorado de ti!
— Déjame continuar —Tomó su mano con cariño—. No es solo eso, yo tampoco quiero un matrimonio forzado. Mis papás no se quieren. Aún siguen juntos. Pero —hizo esfuerzos por no llorar—. Mi padre ha golpeado a mi mamá tantas veces que perdí la cuenta. Es cruel con ella y con mucha gente. Ella es sumisa, agacha la cabeza por miedo y yo… ¡No quiero eso! —Ahora si rompió en llanto.

Octavio la abrazó, olvidó sus propios problemas para concentrarse en los de ella. La violencia entre la pareja era muy común. Desgraciadamente el estado podía hacer poco por ello. No había leyes lo bastante claras para que pudieran apoyarlas. La revolución mexicana terminó relativamente hace pocos años. Pero la constitución abarco los derechos de los trabajadores, de la sociedad mexicana en general. Más no de la mujer. Él como buen abogado que era lo sabía.

Comprendió que ella lo que tenía era miedo. ¡Que difíciles eran las relaciones personales! No la podía, ni quería dejar sola. Si hacia eso,  Rafael le haría daño.
“Ojala hubiera un recurso legal para impedir que les haga daño… Pero si no lo hay. Tal vez pueda yo hacerlo”.

Julieta recargó su cabeza en su hombro.  Ninguno de los dos decía nada. Simplemente contemplaban el paisaje.
—Te gustaría ir a un lago que está cercano. Nos vendría bien distraernos un rato.
—Si me encantaría. Nos iremos en un carruaje y…
—¡Vámonos en mi corcel!
Julieta se sonrojó, solo de pensar en el espacio tan reducido del animal. Indudablemente tendría que haber contacto continuo.

***—**.**—***

Esa noche Octavio no durmió mucho tenía muchas cosas que pensar. Se despertó muy temprano, y fue caminando hasta el lago que visitó la tarde anterior con su pareja.  Llegó en media hora. Sí, fue con su prometida a caballo,  para tener oportunidad de abrazarla.
—Ayer me hubiera venido bien un chapuzón con Julieta. Pero creo que no estaría bien. Es mi novia… y… demasiados formalismos solo nos cortan las alas.

Se quedó mirando al lago—.Y ¿por qué no bañarme yo solo? ¿Por qué no hacerlo? No tengo traje de baño… pero… ¡Al diablo con las reglas,. Al diablo con los formalismos, al diablo con mi familia!

Se desnudó y se sumergió en el agua, era fresca y clara. Por fin se estaba relajando de verdad. Era la primera vez que estaba al aire libre con el traje de Adán. Estar así, le daba un gran sensación de la libertad.

Nadó hasta cansarse, después de un rato considerable salió del agua. El viento soplaba de manera agradable, se sentó a la sombra de un árbol mientras comía uno de sus frutos. Cerró los ojos.

Creyó escuchar un ruido, volteó pero no vio a nadie. Creyendo que sería solo un animal, siguió recostado en la suave hierba. Al cabo de una hora se regresó a la hacienda, tenía varias actividades por realizar.

Estaba a medio camino, vio entre  las ramas de unos arbustos un pedazo de tela desgarrado. Era azul cielo, la tela parecía fina y tenía un olor bastante conocido.
—¡Tiene que ser del vestido de Julieta! No, ella no andaría por acá ¿O sí? — Comenzó a reír por lo que imaginó. Llegó de nuevo al jardín de su hogar y vio a Julieta concentrada leyendo un libro, se fijó en el color de su vestido y sonrió a la vez que se ruborizaba.
—Buenos días amor.
—Buenos días —dijo la chica con una  voz apenas audible.

***—**.**—***

Julieta en realidad no estaba leyendo. Estaba aturdida, vio lo que no tenía que ver y sin embargo le agradó ¿Acaso era una pervertida? Se fue de inmediato a su cuarto, acomodó su caballete y empezó a pintar: el campo, un lago, un árbol…

¡Un hombre desnudo!

Esa mañana los dos pensaron lo mismo.  Claro ella llegó un rato después. ¡Lo vio como nunca hubiera imaginado! Al principio se asustó, pero conforme iba pensando en lo mismo. Le agradaba más y más. Tanto, que no podía sacarlo de su pensamiento.

“Pude mirarlo más rato” Pensaba, pero luego se reprendía. “¡No! Si me hubiera visto, de seguro pensaría que soy una mala  mujer.
Necesitaba desahogar sus emociones, la única manera de hacerlo era plasmarlo en el lienzo.

Estaba absorta, su bosquejo tomaba forma. Alguien abrió con suavidad la puerta, ella no se dio cuenta, su pintura robaba su atención.  Ese alguien se sentó con suavidad en su cama y la contempló. Así pasaron los segundos, luego un par de minutos, y otros minutos más.
—Creo que tengo las piernas más gruesas —dijo el visitante
Julieta se volteó.
—¡Octavio…. como te…. Atreves… a… entrar al cuarto de una señorita!

Tartamudeo, se puso de colores, para luego ponerse pálida. No sabía qué hacer, intento cubrir el retrato, pero el muchacho quien no dejaba de sonreír. Le dijo.
—No ocultes la pintura, es hermosa. Solo venía a traerte esto —Le entregó una rosa silvestre que encontró cerca del lago—. Pero tú me acabas de dar el mejor regalo del mundo.
—No vayas a pensar que… —dijo creyendo que iba a desfallecer por la pena.

Pero el chico no daba muestras de pensar negativamente. La miraba sin dejar de sonreír:
—Solo pienso que eres una magnifica artista. Hoy te inspiraste en mí. Y esto que has hecho, nunca lo olvidare. —dijo con sinceridad.

Estaba seguro que en ese momento no había nadie más feliz que él en el universo

—Sí… nunca había pintado a nadie desnudo —trato de aparentar normalidad—. Pero creo que no es oportuno seguirla.
—Sería una pena que no terminaras tu obra.
Julieta no sabía cómo reaccionar. Octavio, no pensó las cosas, fue hasta la puerta y la cerró con seguro.
—¿Qué haces? —se alarmó.
—Tranquila. Solo quiero que termines tu obra —dijo con una sonrisa plagada de alegría, y un poco de picardía. Por dentro estaba nervioso. Se jugaba el todo por el todo.

Además… por más que se escandalizara la gente un desnudo no hacia mal a nadie. ¿Cuántos artistas habían plasmado la denudes en sus obras? Muchos en realidad

—Como yo soy el modelo, me quitare la parte superior de mi ropa, para que continúes
—No… por favor…
Pero el licenciado en leyes no le hizo caso. Se vedó de su camisa mostrándole su dorso blanco y casi lampiño. Ella sonrojada mantuvo su vista en él. La artista se sobrepuso a su pudor. Poco a poco siguió con el bosquejo.
—Ya terminé dijo al fin
Octavio fue a ver la pintura
—Pero si solo has trabajado con la mitad de mi cuerpo. Algo le falta dijo
—¿Qué?
Como toda respuesta se quitó toda su ropa. No había nada que perder, y si no lo hacía ahora no habría mejor momento.  Julieta ya no se escandalizó tanto como al principio. Su parte artística, y tal vez, otra parte más, querían que procediera.  Lo contempló. Nunca en su vida había visto un desnudo integral.
—¡Dios mío! —murmuro.

Octavio por su parte trataba de ocultar su nerviosismo sin lograrlo. Una oportunidad como esa no se volvería  a presentar.
—Anda termina con tu trabajo.
Ella siguió expresando su arte. Ya no era una muchacha puritana o asustadiza.

¡Era la artista que se presentaba en todo su esplendor!

Pintar a su prometido, empezó siendo todo un reto. Pero terminó disfrutándolo. Además, no podía olvidar su parte “humana” ¡Verlo, era algo muy especial!
—¡Ya terminé!—dijo después de un par de horas.

El modelo. Así como estaba fue a ver el resultado. Estar tan cerca uno del otro, era muy agradable para ambos
—Que bien hueles —dijo el joven—. Tus manchitas, te hacen ver hermosa.  Sobre todo esta —dijo tocando su nariz.

Ella rio un poco. Octavio no se aguantó más. La besó con delicadeza para luego hacerlo con pasión.  Ella se dejó hacer, correspondió al gesto. Sentir su piel, era muy agradable, se atrevió a recorrer su espalda con su mano. Él deseaba que ella estuviera en las mismas circunstancias. Pero era algo que no podía pedirle.

Hizo un esfuerzo sobrehumano por apartarse de ella.
—Octavio…
—Julieta… —acarició la mejilla— Te dije que si me pintabas te respetaría. Y así lo haré. Significas mucho para mí, es un buen momento para demostrártelo.

El joven abogado tenía claro que quería un matrimonio feliz. Y para eso era necesario respetar ese momento. Bueno, no ser más irrespetuoso.
“Cuando me case con ella tendré toda una vida para amarla”

Se vistió con cuidado, con lentitud. Quería alargar lo más posible ese momento. Ella comprendió que desde ese instante ya no lo vería igual. Él percibió que un lazo se había creado entre ellos, un lazo que nunca se rompería.  Y que nunca tuvieron sus padres.
—Este ha sido un día muy especial, el más especial de toda mi vida. —Dijo Octavio
—Yo… — Suspiró.
—No digas nada —tapó sus labios con sus dedos.

Él salió con tranquilidad de esa habitación... Ella lo siguió con la vista. Cuando él se metía a su propio cuarto ella lo miraba, él sonrió, ella le devolvió la sonrisa.

***—**.**—***

©Alejandrina Arias (Athenea IntheNight)

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