Cuestión de mundos
“Y pensar que un día me llamaron Dios”
Una bola de fuego cayó sobre la inmensa biblioteca, tres más,
sobre la metrópoli. El incendió era arrasador, en poco tiempo todo sería
destruido. Un hombre alto, casi gigantesco, musculoso, de cabello dorado y
largo, se paseaba por las calles de la ciudad, cargaba un extraño martillo. Todos
los edificios sucumbían bajo las llamas, principalmente el guardián de la
sabiduría. Ese lugar, donde, no se
buscaba otra cosa, más que el saber, estaba a punto de desaparecer.
Hordas de gente corrían por todas partes. Unos intentando
huir, otros intentando rescatar la construcción tan amada. El sujeto de piel
blanca, contemplaba la escena, de la misma manera que lo haría con una puesta
del sol. Levantó la mano, apuntando con su martillo un lugar que aún no era
alcanzado por llamas.
¾
Un proyectil más ¿Realmente quieres que todos
mueran?—se escuchó una voz dulce a sus espaldas, era de una mujer de piel apiñonada
y un cuerpo hermoso. Sus ojos brillaban como diamantes—. ¿Tan pronto quieres
destruir tu planeta?
¾
Nuestro planeta —corrigió sin bajar su brazo—. No
me gustan los barbaros.
¾
Míralos, se ven tan inocentes, son solo seres
humanos. Merecen otra oportunidad
¾
Seres vivos, sí, humanos no. Están enfermos de
poder y ambición. Se matan unos a otros por tonterías.
¾
¿No es lo mismo, lo que estás haciendo tú? —la
mujer hizo un ademán con sus dos manos. En el acto, todo se quedó inmóvil. Solo los dos extraños gigantes podían
moverse—. Debes darles otra oportunidad.
¾
Si lo hago, lo volverán a hacer
¾
Tal vez, pero uno de nosotros puede enseñarles… —dijo la chica esperanzada.
El hombre de cabellera rubia, que en ese momento se hizo
oscura, atravesó el fuego, sin quemarse
¾
Si tú puedes enseñarles, me encantaría verlo.
La mujer rio triunfante. El hombre la miró disfrutando el momento.
Si ella podía hacer, que esa raza de “humanos”
fueran más civilizados, tendría que verlo.
¾
Si lo hago será bajo mis propias reglas. Te
demostraré que con estudio y sabiduría se pueden lograr muchas cosas.
¾
Te falta el amor y la comprensión —dijo sin
evitar la risa burlesca.
El gigante miró por último los restos del gran edificio. Con
ella se iba una gran cantidad de información del universo. Él y varios de los suyos, lo escribieron hace un par de
siglos, cuando conversaban con los seres de esa ciudad, que apenas nacía. Era
una lástima, que, las ansias de poder, la violencia y lo instintos primitivos… con
el tiempo, los gigantes se fueron alejando, solo se dejaban ver por “Los
elegidos” hasta que llegó un punto, que los llamaron “Dioses”.
El hombre rubio sacudió la cabeza solo de recordarlo. Era
momento de ver que haría su compañera. Los dos desaparecieron, el tiempo se
detuvo, lo que pasó con esa ciudad nadie lo sabe ¿O sí? ¿Nombre diferente, situación diferente?
El terreno estaba árido. Toda la extensión de ese planeta
estaba igual. La tierra estaba suelta. No había agua. Ni un ser vivo. Al menos,
eso era lo que aparentaba. En uno de los pozos más grandes se alcanzaba a
apreciar agua estancada, al fondo estaban los restos de un animal acuático. Los
otros seres fueron destruidos por el fuego. Algunos se dicen que escaparon.
El gigante de sexo femenino, observó el lugar, no pudo
evitar la tristeza. A pesar de sus lecciones, de su paciencia que tuvo con
ellos, no fue suficiente. Solo unos poco aprendieron, pero… ahora estaban en
otro mundo.
¾
Y pensar que alguna vez me llamaron “Dios”.
Siguió contemplando el resultado de su obra, o la obra de
sus hijos. Fuese quien fuese, de
cualquier manera el daño estaba hecho.
¾
Destrucción, muerte, siempre es lo mismo, devastan su hogar, por un poder mal hallado. ¡Malditos
ignorantes, si supieran el verdadero significado! —Intento aplacar su llanto
El viento hacia volar su larga cabellera dorada, mientras su
hermosa silueta eran bañada por las fuertes radiaciones de la estrella más
cercana a ese extraño planeta, que en su tiempo estuvo plagado los seres
diminutos de dos patas, que se creían inteligentes
—Destruyeron la capa
que los protegía de las radiaciones, contaminaron el agua y…. guardo silencio
para aplacar el llanto.
—¿Volvemos a empezar de nuevo? —dijo su compañero de
aventuras, que estaba junto a ella.
¾
¿Tú también los extrañas verdad? —dijo la
fémina, comenzando a tranquilizarse. La muerte nunca será el final, sino otro
comienzo.
¾
Yo no, son solo marionetas. Pero sí confieso que
me gusta ver como hacen lo mismo una y otra vez. Cuantas veces les hemos dado
una oportunidad, reiniciando el tiempo, ¿cuatro, cinco?
¾
Siete, pero no olvides que este planeta y todos
sus habitantes están a nuestro cargo. —Guardó silencio, a veces los
pensamientos de su compañero eran bruscos, pero en el fondo tenía razón.
Esa misión a veces se tornaba aburrida, la historia parecía
repetirse, no importaba las variables que pusieran. Lo que ella y los suyos
llamaban día, para los especímenes diminutos que ella cuidaba, eran años
—Sí, recuerdo que esta ultima vez, ganó ese presidente de
piel morena en uno de los países del norte. ¿Qué pasaría si no hubiera ganado? —dijo
el hombre riendo—.
¾
Se hubieran destruido más pronto. Tal vez
cincuenta o cien años antes.
La plática se tornó en debate, al final quedo la chica a
cargo de la decisión del planeta, de nuevo. Total, su compañero estaba
aburrido. Después de ese astro, seguiría otro, y luego otro. Algunos si
lograron que evolucionaran, pero con este. Parecía que estaban fracasando.
Cuando la joven se quedó sola miró, los ahora ocho planetas
del sistema solar. El último, el más pequeño, dejó de llamarse así, cuando se
terminaron las oportunidades de sus habitantes.
La piel de la mujer cambió a un color oscuro
precioso, su cabello chocolate caía por debajo de sus hombros. Pensaba en su planeta,
que acaba de morir ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Regresar el tiempo por octava vez? Mandarlos
a un universo paralelo
¾
Tiempo, tiempo, tiempo. A veces vamos adelante, a veces atrás, cambiamos
de universos, de personajes. Pero aun así, terminamos haciendo lo mismo —dijo
la muchacha recargándose en un árbol que ella misma hizo crecer dos minutos
atrás.
Un árbol verde y frondoso en medio de un campo árido y
muerto era un espectáculo desesperanzador, pero la mujer, acostumbrada a estas
imágenes, comía su fruto de cascara roja y pulpa blanca, como si nada malo
pasara. Dejó que una gota resbalara por su barbilla. Tanto calor la estaba
induciendo a la búsqueda de placer, placer carnal, que muchos “humanos” llamaban
pecado. Total, este acto, era el preámbulo del renacimiento.
Se encontraba sola, sintiéndose la dueña de ese sistema
solar—. ¿Para qué un mundo de hombres y
mujeres? Ah sí, para que se reproduzcan.
Se despojó de su túnica. No era en ese momento sacerdotisa,
creadora, ni mucho menos “Diosa” era solo un ser cósmico que habitaba el cuerpo
de una hembra y necesitaba placer.
Sus manos hicieron movimientos rítmicos y acompasados
bajando por su cuello, para llegar a sus senos, suaves, firmes, duros., se tocó
los pezones, la temperatura subía, el deseo, su impulso. El planeta, su hogar,
tendría otro destino.
Recordó a la serpiente del paraíso. El supuesto “inicio de
la humanidad”. Bautizado así, por un grupo de personas, que, sería después, una
de las más grandes religiones monoteístas. Este animal rastrero, era la
representación de un deseo que no supieron controlar.
Cansada de disfrutar solo de sus senos, bajó una de sus
manos hacía su pubis, llegando a la oquedad de sus instintos, húmedo, aromático,
impregnado de sus propios jugos.
Mientras una de sus manos jugaba con su pecho, la otra
estaba impregnada de su esencia de mujer. Apretaba su clítoris. Introducía sus
dedos en su vagina, uno, dos, tres. La intensidad subía de nivel. ¿Sería capaz
de llegar a cuatro?
Sus movimientos eran tan rápidos que ya no le importaba si
se lastimaba en el trayecto. Se dio un leve pellizco, un gemido, y el ritmo
incremento su velocidad.
El gemido de ella misma hizo crecer su lívido. Estaba con
las piernas completamente abiertas. Sus dos manos trabajaban con asiduidad sobre
su piel escarchada de sí misma. Pellizcos en su clítoris, dedos en su cavidad,
murmullos, deseos, gemidos… el panorama estaba claro.
Después de un par de horas regresó, se veía reanimada. Comenzó
a meditar, adoptando la posición de flor de loto. Pocos segundos después algo pareció surgir de sus entrañas. El sol
comenzó a moverse en sentido contrario, rápido, muy rápido, junto con el
planeta estéril y todo lo que dependía de él. La mujer parecía inalterable…
uno, dos tres… el tiempo cambio de nombre y forma. Un largo rio emanó a partir
ella. La verdadera madre de la tierra.
Cayo la imponente Lemuria, la gran Atlántida
se sumergió en las profundidades del mar, sin esperanzas de ser encontrada.
Era el año 48 a.C. “Julio Cesar”, el
general romano, era sitiado por sus enemigos, cerca de la gran biblioteca, en
la ciudad de Alejandría, Egipto. La batalla era intensa, llovieron flechas y
bolas de fuego, creadas por la baja tecnología humana. El incendio comenzó, pronto
fue socavado, por habitantes del lugar. La destrucción fue parcial, se
destruyeron alrededor de 40,000 rollos.
¾
¿Por qué permitiste este incendio? —Interrogó el
gigante a su compañera—. Tampoco salvaste las civilizaciones antiguas.
¾
El ser humano nunca cambiara, y es mejor que el
conocimiento universal, se pierda en el fuego. —dijo la ahora rubia mujer cósmica,
mientras dejaba que la pelea de sus “hijos” siguiera—. Si ellos no quieren,
otros aprenderán de mí… alguien, algún día, en algún lugar.
Desapareció dejando que la guerra de los Ptolomeos,
continuara.
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