Más Allá Del Bien Y Del Mal
Extrañaba a mi madre, pero ella murió cuando yo era muy pequeña. Así que me crio mi padre de la mejor manera que pudo. Él era un marino mercante, y debido a sus constantes viajes no podía cuidarme él solo. Por eso al principio me dejaba al cuidado de una institutriz, pero al ver mi rebeldía me mandó a un convento de monjas. Pero yo no era feliz, cada que lo veía le suplicaba para que me llevara con él. Así que desde que cumplí diez años, comenzó a llevarme a algunos de sus cruces marinos. El contacto con el mar me dio fortaleza. Amé salir con él a pesar de las restricciones me imponía. Tanto estar en contacto con los hombres hizo que dejara de comportarme como una niña frágil o “modosita”. El trato de mi padre hacía mí era firme y autoritario, aunque trataba de ser justo y afectuoso. Pero, lo que ni él ni nadie sabía, era la gran necesidad que tenia de un abrazo o un “¡Cuánto te quiero!” En el tiempo libre los marinos acostumbraban platicar de relatos de fantasmas o monstruos mari