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Cuestión de mundos

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  “Y pensar que un día me llamaron Dios” Una bola de fuego cayó sobre la inmensa biblioteca, tres más, sobre la metrópoli. El incendió era arrasador, en poco tiempo todo sería destruido. Un hombre alto, casi gigantesco, musculoso, de cabello dorado y largo, se paseaba por las calles de la ciudad, cargaba un extraño martillo. Todos los edificios sucumbían bajo las llamas, principalmente el guardián de la sabiduría. Ese lugar, donde,  no se buscaba otra cosa, más que el saber, estaba a punto de desaparecer. Hordas de gente corrían por todas partes. Unos intentando huir, otros intentando rescatar la construcción tan amada. El sujeto de piel blanca, contemplaba la escena, de la misma manera que lo haría con una puesta del sol. Levantó la mano, apuntando con su martillo un lugar que aún no era alcanzado por llamas. ¾   Un proyectil más ¿Realmente quieres que todos mueran?—se escuchó una voz dulce a sus espaldas, era de una mujer de piel apiñonada y un cuerpo hermoso. Sus o

Una noche, cuatro noches.

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(Relato Sexual) Samanta me miró y bajó la mirada. Levanté su barbilla para que me mirara. Estaba nerviosa, estática. Parecía temer,  hacer cualquier movimiento, pero… No era momento para la duda. Su vestido rojo de seda, se acomodaba en su cuerpo apiñonado, pareciendo una segunda piel. Dejando a la vista sus hombros perfectos, desnudos, como lo estaría pronto, el resto de su cuerpo. Conversábamos, bebíamos, y contemplábamos el mar desde la terraza privada de mi habitación. Hubo un beso furtivo, luego uno más intenso, dos, y mis ganas de llegar más allá, eran cada vez más grandes El ruido de las olas golpeando la arena, jugaban con mis ganas, con mis deseos de acostarme con ella, pero no solo era eso lo que quería. Cinco horas atrás, arribé a ese hermoso puesto turístico, aunque el motivo principal era por negocios, en donde nada tenía, ella que ver. En ese momento lo que realmente importaba era estar con ella. Sus labios eran carnosos y muy apetecibles. Después de un par d