Una noche, cuatro noches.



(Relato Sexual)

Samanta me miró y bajó la mirada. Levanté su barbilla para que me mirara. Estaba nerviosa, estática. Parecía temer,  hacer cualquier movimiento, pero… No era momento para la duda. Su vestido rojo de seda, se acomodaba en su cuerpo apiñonado, pareciendo una segunda piel. Dejando a la vista sus hombros perfectos, desnudos, como lo estaría pronto, el resto de su cuerpo.

Conversábamos, bebíamos, y contemplábamos el mar desde la terraza privada de mi habitación. Hubo un beso furtivo, luego uno más intenso, dos, y mis ganas de llegar más allá, eran cada vez más grandes

El ruido de las olas golpeando la arena, jugaban con mis ganas, con mis deseos de acostarme con ella, pero no solo era eso lo que quería. Cinco horas atrás, arribé a ese hermoso puesto turístico, aunque el motivo principal era por negocios, en donde nada tenía, ella que ver. En ese momento lo que realmente importaba era estar con ella.

Sus labios eran carnosos y muy apetecibles. Después de un par de copas, mis manos hurgaron a través de su vestido. No recuerdo si estábamos platicando. O si ella tomó mucho vino, no recuerdo que fue lo siguiente que nos dijimos. Pero su vestido no tardó en desaparecer. Apenas percibía movimientos de ella. Parecía tímida, como si no supiera que hacer. Pensamiento que deseche de inmediato, dada su vasta experiencia en este tema.

La timidez se fue poco a poco.



Bajé el cierre de su vestido, mientras mis manos se deleitaban acariciando su piel aromática, suave y terna. Sí, ella había sido de muchos, pero en ese momento era solo mía. Mientras yo la desnudaba, ella intentaba hacer lo mismo conmigo. Disfrutaba al máximo esa singular lucha de ver quien desnudaba a quien. Ahora no importaba mi poca experiencia. Ni todas las mentiras que le dije para poder estar a su lado.

Ahí estaba ella, recostada con su piel desnuda, y esa rosa en su pecho pinchando un corazón. Delineando perfectamente, el contorno de su piel. Era un tatuaje perfecto, descansando debajo de uno de sus senos. Pero, yo estaba más entretenido jugando con sus pezones. Su melena caoba caía por un lado, mientras  que yo besaba su cuello. De nuevo su pecho, su vientre, sus piernas. Separé sus muslos y…



La segunda noche, las sabanas hacían un juego erótico con los pétalos rojos esparcidos para la ocasión. Ella estaba vestida como Cleopatra y yo como Marco Antonio.

Intentaba acariciarme, pero yo se lo impedía, me excitaba bloquear sus movimientos, yo sería el amo de la noche.  Las pecas de su espalda me volvieron loco, cada una de ellas, se llenó de mi saliva.

Mis manos se deslizaron por su bella fisonomía. Mis labios ya no solo besaban, sino que taladraban el monte de venus, sus labios, su clítoris, y su profundidad de mujer. Gemía, gritaba, mis caricias se hacían más fuertes. Ansiaba poseerla, mi cuerpo y mi erección lo pedían a gritos.

Besé sus labios con ímpetu, mordisqueándola levemente. Llevaba mucho tiempo deseando ese momento. Llegue de nuevo su cuello, mientras mi miembro tocaba su intimidad, cálida, que me llamaba desesperadamente. Sentía su calor, su aroma, su deseo. Jugaba con sus senos erectos, me introducía levemente para volver a salir.

Ella se desesperaba, yo lo gozaba, era su dueño.


Mis manos acomodaron mi pene en su vulva, pero fue el movimiento de sus caderas, el que logro que se introdujera.

La encontré en una red de contactos virtuales, una red para adultos. Que coincidencia que esa hermosa mujer fue mi compañera de secundaria. Nuestra comunicación fue rápida y fluida. Aunque claro, bastó la influencia de unos cuantos dólares, para que todo fuera más rápido. Ninguno de los dos tenía una relación formal, al menos eso fue lo que dijimos. Así, que fue fácil entablar esta cita.



La tercera noche, la vi estremecerse con el hielo que yo depositaba en su ombligo.  Sus bellos ojos del color de la noche, y profundos como el deseo que yo tenía, no dejaban de mirarme.
—Nunca olvidaras este momento —susurré mientras deslizaba el agua congelada en su oído.
Desesperada ante la tortura y el deseo de seguir siendo tocada, se movía, pero mi mano se lo impedía. El peso de mi cuerpo lo complicó todo.

Mis dedos jugaron con sus labios vaginales. El hielo sobre su vagina la torturó deshaciéndose con gran rapidez, mojando mi mano con la mezcla de sus flujos naturales y el agua helada.

Sorbí todo.

Mi mano hacía círculos alrededor de su clítoris. De vez en vez la pellizcaba y besaba sus piernas. Ahora gemía sin parar, mi miembro estaba a todo lo que daba.

Era mía. Su cuerpo canela y delgado era solo para mí. Mi pene entraba y salía a gran velocidad. Mis manos estrujaban  su cuerpo, se agarraban con ferocidad a las sabanas.

Una posición, dos. Veía su rostro, veía su espalda. Sus piernas se tensaban sobre la cama, apretaban mi cintura, después mis hombros. Al último casi no podía moverse

Toda ella era mía.



En la última noche estaba jugando con su inflamado botón, ella devoraba con fuerza mi pene y mis testículos.  Mis manos se apalancaban sobre sus piernas. Succioné con mis labios todos sus flujos. Gritaba como loca, yo me movía como demente. La fuerza de sus movimientos era tanta que mi cabeza estuvo a punto de ser aplastada entre sus piernas. El olor a sexo era inmenso.



Cuando desperté Samanta no estaba en la habitación, tampoco su ropa. Solo había una nota que leí con rapidez.

“Arturo:

Ya no somos los mismos de la secundaria.  Tú lograste el éxito profesional que deseabas. Pero yo… aunque tengo el dinero que quisiera, no lo gano de la manera más honrosa.

No tuve corazón para cobrarte lo que debía, toma esta última noche como un regalo. Debo volver a mi realidad, mi rutina y mis clientes”.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Si yo fuera Humana. Capitulo IV: Una noche difícil

CABALGANDO OLAS

Gladiador