Gladiador
Gladiador.
El anfiteatro romano era
enorme, yo era la atracción principal. ¡Qué asco! Camine lentamente al centro
de la arena, el público me ovacionó con frenesí.
Mi cuerpo sentía el pavor confabulado con la adrenalina
y el valor por luchar por la vida. Era yo, o eran mis adversarios, apreté la
espada y dirigí mi vista a la puerta donde saldría mi enemigo. Rival a fuerzas,
por decisiones de seres humanos, que se
creían Dioses, pero, eran iguales a mí.
M real verdugo, sonreía con
un ego maldito en el palco real. Voltee para saludar al emperador, Podría
someterme a las pelas que él quisiera, pero jamás destruiría mi espíritu. Era
él a quien yo debería de matar y no al esclavo, que al igual que yo, que estaba
por salir.
El olor era inframundo, los
gritos del público, me llenaron de recelo. Me instaban a pelear. ¡Claro, como
ellos no sufrirían daño! La adrenalina seguía creciendo.
Aún tenía las cicatrices de
mi última pelea, cicatrices no solo físicas. Nunca entendí el gozo por este
tipo de carnicerías, ni siquiera cuando era libre, lo fueron.
Sonó
el maldito aviso para salir a la batalla. Un golpe, dos, mi espada se sacudía,
el polvo volaba. Vi unas gotas de sangre, golpes, persecuciones, heridas,
gritos y más adrenalina, que ninguna otra cosa.
Una lanza rasgó mi brazo, me
defendí como pude. Ser el gladiador más experimentado y el mejor me sirvió para
ganar experiencia. Pero también un gran peso emocional.
La estocada final. A estas
alturas en realidad, ya no me importaba la sangre de mi última víctima. Yacía
en el centro de la arena degollado por mí. Pero no me sabía a nada esta
victoria. Ni la mirada llena de sangre y desprecio del emperador. ¡Si supiera!
—¡Lucius, Lucius—! Me
gritaban desde la tribuna!
Después de entrar otra vez a
mi “morada” ¡Oh maldita prisión! Arrojé a una esquina las flores y los premios
de tan intensa batalla ¿Para que los quería yo? Si lo único que anhelaba era mi libertad. Esta adrenalina y todos mis pensamientos,
estaban matando mi alma.
—¿Quieres una chica o un
chico?- Me preguntó mi lanista, en
cuanto entro a mi celda. Al ver mi cara de asco, siguió hablando con una risa
triunfal.
Odiaba a ese hombre, ignoré
su pregunta. En algún tiempo fui un poderoso general, y hoy era “Lucius el
Grande”, grande, pero esclavo.
—Te mandaré a un chico —rio
al sentirse ignorado—, Tiene una cosa
mucho mejor que las mujeres
—Si me mandas a un varón, lo
mataré
Como única respuesta, rió
estruendosamente.
«Te detesto» fue lo único que
mi mente pudo decir con claridad
Horas más tarde, entró un
muchachita delgada, su piel era dorada, tenía los ojos almendrados,
castaños. Olía a hierbas frescas y me
saludó tímidamente, por la forma de su cuerpo y su cara, deduje que aún no
terminaba de desarrollarse. Yo ni siquiera le contesté. Se veía muy frágil,
podría despedazarla, solo con tocarla
Le di la espalda, para irme a un rincón de mi
“cuarto”
—Señor Lucius, me mandaron
para servirle por unas horas. Aquí estoy —guardé silencio, pero ella
continuó—. Entiendo que ahora necesite
placer, debe relajarse después de tu última batalla. Escuché que peleó como los
mismos Dioses. Seguramente desciendes de uno. Debe ser de Marte
—Soy solo un hombre— contesté
de manera arisca. Mi nueva invitada, era solo una chiquilla, pero hablaba
demasiado.
Se sentó en un rincón,
esperando una respuesta de mi parte, al ver mi mutismo, comenzó a hablar de mis
proezas como si yo fuera un héroe. ¿Cómo iba
a serlo. Si era un esclavo? Estaba muy cansado, para platicar. Al sentir mi silencio, bajo su alegría y
dijo.
—Esperare, sentada, si necesita algo de mí.
Solo tómeme
—¡Calla, no hables de sexo!
—Lo siento
Pasó el tiempo, tal vez media
hora, la chica seguía ahí. Sin molestarme, sin hacer nada, sin hablar. En
ocasiones me miraba, las otras, miraba al suelo
—¿Por qué haces esto? — me
acerque a ella, exasperado, pero halagado a la vez.
—¿A qué se refiere mi señor?
—No soy tu señor, soy un esclavo,
un sirviente igual que tú. ¿Por qué te comportas así conmigo?
—Siempre lo he admirado. Todo
lo que me dicen de usted, me hace verlo como un héroe.
—Ya te dije que me hables de
tú. Somos iguales.
Tomé su barbilla y besé sus
labios.
—¿Realmente quieres fornicar
conmigo, o te lo ordenaron?
—Lo que realmente deseo, es
hacerlo, perdón, hacerte feliz.
Tome de nuevo su barbilla y
la besé con suavidad, con delicadeza. Su piel tersa me parecía apetitosa. Pero,
no quería destruirla. Ella correspondía a mi beso, con pasión. Sus brazos,
rodearon mi cuello, en algún momento imagine que la instruyeron, para eso. Para
dar placer. Me separé de ella.
—No quiero lastimarte, hay
algo en ti, que me parece familiar.
—No tienes idea Lucius, de lo
mucho que te admiro y me complace estar
a tu servicio. Puedes hacer conmigo lo que te plazca— esa voz sonaba de lo más sensible. Pero, en mi
interior, solo había rabia. Además, ella estaba comenzando a vivir. Yo, era
mucho más experimentado.
Ella sonrió, no dijo ninguna
palabra. Se puso de pie, ante mi asombro comenzó a quitarse sus ropas. Me
resultó una tarea titánica dejar de mirarla. Su cuerpo era perfecto.
—¡Vístete! —Le ordené—, no
quiero recordarte de esa manera. Volví a mi rincón. Como toda respuesta, la
jovencita, volvió a sentarse sobre sus talones.
—No sirvo, ni para darle
placer— gimió la pobre chiquilla —Es lo
que me han enseñado. Las mujeres servimos para complacer a los hombres.
—No — volví a acercarme a ella—,
eso no puede ser verdad, cuando era libre, cuando estaba en la guerra, vi a
muchas mujeres hacer muchas cosas— Vístete, solo así me sentiré mejor.
La hermosa niña de cabellos
castaños y piel dorada. Así lo hizo, sin protestar. Pero, vi la tristeza en sus
ojos.
—Si de verdad quieres
complacerme, canta.
Me miró, sus hermosos ojos
color almendra brillaban, evidentemente, no esperaba esa respuesta. Sonrió al
verme hacer el mismo gesto. Comenzó a cantar, al principio, su voz era casi
imperceptible, pero poco a poco comenzó a hacerlo más animada. Momentos más
tarde, reíamos, cantábamos y decíamos tonterías.
Cuando vinieron por ella,
corrió emocionada a mi lado y dijo
—Vine a complacerte, pero,
tú, me has dado el mejor regalo del mundo.
Me dio un rápido beso en los
labios, y se alejó.
Por primera vez en mucho
tiempo, sonreí de verdad
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Gracias de antemano por sus lecturas, comentarios y/o Críticas.
Son todas bienvenidas.
©Alejandrina Arias (Aleyxen, Athenea IntheNight)
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