Estudiante de intercambio.

(Relato erótico) Si no eres mayor de edad no lo leas.



Querida Josefina:

Te he mandado muchas cartas, pero ninguna como esta. Quiero decirte lo especial que eres para mí. No, no es como amigos, tampoco como mi consejera sentimental, o como mi colega. Es… bueno… mejor escúchame:

Hace casi una hora que dejaste la habitación de mi departamento. Escogiste la oscuridad y el horario nocturno para jugar conmigo, para hacerme sentir de nuevo, un estudiante de universidad.

Ver tu cuerpo a través de las sombras nunca me ha gustado. Pero tú propusiste el juego. Traté de adivinar tu silueta, acariciándola y besándola a través de lo que, la escasa luz me permite ver. Mis manos me guían, tu piel aun es tersa, hermosa, morena.

Mi boca recorría tu piel húmeda, invitándome a ese lugar oscuro, profundo, prohibido. Cada caricia me hacía sentir como un adolescente.  Como nuestra primera vez. Sí, cuando tenía 21 años, y solo me hacía falta un semestre para terminar la universidad.

Es cierto, no eras la primera. Tampoco creo, que seas la última. Pero… tienes algo que nadie tiene, que va más allá de tu cuerpo ¿Lo recuerdas? me enseñaste a convivir con la gente, me ayudaste a tener amistades. En solo cinco meses me quitaste lo tímido.

Sí, nos hicimos amigos en esa primera semana. Tú eras la única que no me miraba de manera extraña. Mi ropa era diferente a lo que ustedes acostumbraban. Mis facciones, mi peinado, el color de mi piel. Era cierto que tu ciudad era conservadora, además, yo soy de un país de primer mundo.

Fui para perfeccionar mis conocimientos. Quería ser un buen geógrafo, mis calificaciones hablaban por mí. Pero, eran las únicas que podían hacerlo. Creo que de alguna manera me sentía intimidado. Entré al salón de clases sin saludar siquiera. Me acomodé en la primera silla que vi. Todos me miraron como a un espécimen raro. Ignorándolos, abrí uno de mis libros.
—Hola.
Me sonreíste jovial. Tu melena negra caía sobre tus hombros, tus labios rojos lucían impresionantes, te sentaste junto a mí y comenzaste a platicar como si me conocieras de toda la vida.  No tarde en darme cuenta que así eras de amigable en toda la escuela.

Fue dos meses después, cuando, en la soledad de mi cuarto, cerca de la medianoche, platicábamos los dos un poco embriagados. Me preguntaste sobre mi pasado, mis amores. Querías saber más de este chico al que tú ayudaste a dejar su timidez.
—¿Así es como besas? —tus labios se posaron sobre mí torpemente, no sabías como moverlos. Fue mi mano en tu nuca y la otra en la espalda la que te acomodó. Al principio fui tierno. Pero tras un mordisqueo en tu labio inferior… perdí la cordura. Tus movimientos me dijeron que no tenías mucha experiencia

Pero era claro que querías aprender: Te sentaste sobre mis piernas dejando que tu falda las dejara al descubierto, en tus ojos vi la duda.
—Solo déjate llevar.

Confiado. Acaricié tus piernas, las cuales veía sin recato. Besé tu cuello, te seguí acariciando. Ver tu cara de placer derrumbó todas las barreras. Rocé con la punta de mis dedos tus pantaletas, acaricié tus nalgas. Mis labios bajaron de tu cuello a los hombros, continué hasta llegar a tus hermosos senos. Los masajee haciéndote suspirar, pero diste un pequeño respingo cuando mordisquee tus pezones por encima de tu ropa
—Détente. —dijiste entre risas
Te quistaste tu blusa blanca de tirantes, te quise ayudar con tu sostén, pero tu hiciste que esté cayera sobre mi cabeza. Brindándome el espectáculo más maravilloso del mundo. Tus senos, morenos, grandes, erguidos.  Me deleite contemplándolos unos segundos, para luego devorarlos con pasión, mientras que tu intentabas quitarme lo que me quedaba de ropa.  

Te cargué para depositarte en mi cama. Besé y acaricié todo tu cuerpo. Solo tenías esas pantaletas blancas, que no tardaría en arrancarte. Te rebelaste en un juego salvaje, donde yo termine desnudo, y tu ultima prenda en un rincón de mi habitación.

Gritamos, jugamos. Te aventé de nuevo a la cama. Y esta vez tus piernas se abrieron enseñándome tu tesoro.
—Ven —murmuraste sensual.
Presa de tus encantos me dejé caer de rodillas, besé, mordisqueé, acaricié tu vagina y clítoris impregnándome de tus flujos. Tuviste que ahogar tus gritos con una almohada. Estabas a punto de llegar al orgasmo.  Me detuve para acomodarme entre tus piernas. De un solo empujón, mi pene entró dentro de ti.

Ya no había lugar para la ternura, estaba poseído como un salvaje por tus encantos. Las emociones eran demasiadas. En ese momento estaba seguro que no había mejor lugar sobre la tierra. Caí sobre tu cuerpo rendido. Tu piel estaba completamente húmeda y llena de nuestros flujos. Tu aire travieso volvió en ti. Me diste un beso mojado: mezcla de ti y de mí.


No fuimos novios, yo no quería formalizar y creo que tú tampoco, pues nunca hablamos de ello.  Tampoco teníamos la mejor amistad del mundo. Pues tú eras la chica más alegre y sociable de toda la universidad. Eras una bella joven de ojos grandes, parlanchina y alegre como ninguna otra. Casi se podía decir que eras amiga de todo el mundo.
¿Tuviste sexo con alguien más? Era una pregunta que rondaba mi cabeza, pero que no tenía ningún derecho a formular
A veces me daban celos, a veces quería tenerte solo conmigo, pues tu calidez me embriagaba por completo. Gracias a ti no me sentía solo. Pero, no podía reclamarte nada. Me trataste como a cualquier amigo, como si nuestro encuentro sexual fuera cualquier cosa. Mi tiempo en tu pequeña ciudad terminó.

Me gradué de la universidad, y a pesar de los años mantuvimos un contacto virtual. He conocido muchos lugares, pero, en ninguno he sido tan feliz como en tu tierra. Es ahora a mis más de treinta años, que vuelvo. Tú estás casada, yo igual. Pero en la soledad de ese austero pero alegre cuarto de habitación disfrutamos de nuestros cuerpos nuevamente.

Ahora mi pregunta es: ¿Te acostaras de nuevo conmigo?

©Alejandrina Arias (Athenea IntheNight)

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